miércoles, 2 de septiembre de 2009

Sus ideas básicas

Por Mariano Grondona

Las bases del Estado

Los hombres van a acordar la formación de un Estado. Ese contrato se renueva constantemente, y el día en que emigramos y nos nacionalizamos en otro país hacemos otro contrato. Lo que funda el paso de la sociedad natural a la sociedad política es que “nadie puede tener poder sobre mí si yo no se lo he dado previamente”.

La base del poder es el consentimiento de los futuros gobernados. Los hombres han acordado formar una sociedad política, sociedad en la que habrá un gobierno y en la cual “la mayoría será capaz de gobernar sobre la minoría”. El argumento de Locke sobre la mayoría es el siguiente: como los individuos son distintos –y ellos son la realidad final de la sociedad- va a haber naturalmente diferencias de opiniones; por lo tanto, si consintieron en vivir juntos han aceptado necesariamente el principio de la mayoría porque si no existiera este principio no podrían vivir juntos. Si todos son iguales ante la ley, tienen que aceptar un principio práctico que les permita tomar decisiones.

Locke casi se resigna a la idea de la mayoría, cuyo alcance es muy limitado, ya que la mayoría no puede tener más poderes que los que el contrato confirió al Estado. No puede tener más derechos que aquellos que fueron transferidos. El Rousseau, la explicación de la mayoría es totalmente distinta. Para Rousseau existe la “voluntad general”, de un individuo colectivo llamado “pueblo”. Cuando la gente vota, según Locke, cada cual está defendiendo sus derechos e intereses como persona individual. En Rousseau, en cambio, lo que prevalece es la voluntad general del grupo, que sería una especie de persona colectiva que tiene una sola voluntad. Cuando votamos, estamos tratando de interpretar qué quiere esa voluntad general.

La mayoría, por serlo, supo interpretarla, tuvo razón, y la minoría se equivocó. La minoría, entonces, debe arrepentirse inmediatamente, con lo cual se restablece el principio de la unanimidad. Para Rousseau todo desvío de la unanimidad es una pérdida para el grupo porque éste debería identificarse con la voluntad general del mismo modo que un individuo se identifica consigo mismo. El que persiste en su disidencia es un traidor. El voto, en Locke, es un expediente práctico. En Rousseau, un sacramento.

¿Por qué se han unido los hombres? Locke lo explica: “Han querido abandonar una condición en la cual, si bien eran libres, estaban llenos de miedo y de peligros”. El estado de naturaleza es una sociedad incómoda, donde nadie conoce exactamente sus derechos y deberes sin ser, por ello, la sociedad cruel de Hobbes. Para abandonar aquella situación se juntan en sociedad unos con otros, “para la mutua preservación de la propiedad”. Aquí Locke utiliza el término “propiedad” en sentido amplio, como una palabra que resume todos los derechos. La sociedad política ha sido fundada, entonces, para reasegurar los derechos individuales. Alguien dijo que Locke imagina al Estado como una sociedad de seguros: nos hemos reunido para lograr que nuestros derechos estuvieran más y no menos protegidos.

Según Locke, el monarca absoluto es un déspota por definición porque en las monarquías absolutas los derechos individuales están sometidos a la voluntad de uno. No sólo los monarcas absolutos pueden ser déspotas, también puede ser despótica una mayoría que excede en sus facultades y no respeta los derechos de cada uno. Así queda planteada la posibilidad de una democracia totalitaria.

Entonces, lo que quiere la gente cuando se une en sociedad es, primero, una ley positiva, algo así como la reglamentación de la ley natural. En el estado de naturaleza existía una ley natural pero nadie sabía bien dónde empezaba y dónde terminaba. La ley positiva sólo tiene por fin fijar y puntualizar la aplicación de la ley natural. Con lo cual queda aceptada la famosa jerarquía de leyes de Santo Tomás de Aquino. Si una ley humana (inferior) va contra la ley natural (superior), no es verdadera “ley”. La sociedad se une además para lograr un juez “indiferente”, alguien imparcial que determine quien tiene razón en un conflicto determinado. Y, en tercer lugar, para que haya una autoridad que ejecute las sentencias de los jueces, que confiera poder a la ley y a quienes la interpretan.

“El hombre en estado de naturaleza tenía todos los poderes. Tenía la Propiedad, es decir el conjunto de sus derechos, y además la facultad de castigar a aquellos que violaran sus derechos”. El hombre cede sólo parcialmente su “propiedad”, para que la ley la reglamente, no para que la viole. El Estado “declara” que los derechos del hombre existen, no los “crea”. Debe reglamentarlos para asegurarlos sin caer –como tantas veces ocurre- en la negación de ellos. La capacidad de “definir” la ley natural sin alterarla, el ciudadano la ha cedido al gobierno. Pero el segundo poder que él tenía (castigar a quien violara sus derechos) lo cede totalmente. El hombre se desarma y ya no puede castigar. El Estado tiene que interpretar la ley mediante un juez frente a cada conflicto y ejecutar su sentencia.

De ahí viene la división de los poderes. Locke está explicando un sistema que tiene dos instituciones: el Rey y el Parlamento. Entonces concede tres poderes al Rey y uno al Parlamento. El poder Legislativo corresponde al Parlamento. Al rey le corresponden el Poder Ejecutivo, el Poder Federativo y el Poder de Prerrogativa. El Poder Federativo es el manejo de las relaciones exteriores, que Locke distingue del Ejecutivo por un viejo pecado inglés.

Da amplísimas facultades “federativas” al rey porque las naciones entre sí siguen en “estado de naturaleza”. Es la sociedad civilizada la que se da el contrato, sin importar qué pase en las otras naciones. No hay un contrato político que haya superado la situación de naturaleza entre las naciones. Lo cual quiere decir que en el concierto de naciones el derecho a castigar sigue descentralizado y cada una aplica la ley como la quiera aplicar. En el pensamiento anglosajón hay algo así como “griegos” y “bárbaros”. “La civilización es para nosotros, y los que no la tienen son bárbaros”. Smith dice que “las relaciones comerciales se pueden hacer de dos maneras: con las naciones civilizadas a través de embajadores, y con el resto, a través de fortalezas”. En cuanto al Poder de Prerrogativa, es el manejo de lo que habitualmente se llama el “estado de necesidad”. Cuando las leyes no han previsto una situación de excepción, queda la rey la facultad de “reserva” que en nuestro país se han adjudicado tantas veces las fuerzas armadas.

Locke habla con un nuevo lenguaje de la tiranía. En Aristóteles, “tirano” era el rey que obraba en función del bien propio y no del bien común. Era la suya una calificación ética. Pero es difícil determinar cuándo se gobierna para el bien común y cuando no. El bien común es una noción difusa en cuyo nombre se han cometido incontables crímenes. El concepto de Locke y los liberales es otro. La “usurpación es el ejercicio de un poder para el cual no se tenía derecho” o para el cual otro tenía derecho. En cambio, “tiranía es el ejercicio del poder más allá del derecho”.

Por lo tanto, si un usurpador es consentido por la comunidad y se maneja dentro de la ley, puede llegar a ser legítimo. Y un rey legítimo, si se sale más allá del derecho, se convierte en tirano. No se dice que sea para el bien o el mal de los ciudadanos. Basta con que tome atribuciones que no le corresponden. Si definimos la libertad como la subordinación a la ley y no a otro individuo, desde el momento que el gobernante atraviesa las barreras de la ley, yo he pasado a estar bajo su voluntad. Yo ya no soy libre, aunque el gobernante me cuide y me dé todo lo que quiero.

Ya esto es despotismo, es tiranía. Tanto es así que cuando Montesquieu analiza las formas de gobierno no habla de tiranía sino de despotismo. Déspota es todo el que “pasa” más allá de la ley. La categoría “tiranía”, que tiene una connotación subjetiva, no le interesa a Montesquieu. El va directamente en contra de la tradición paternalista. Lo que le importa es que no haya déspotas, no si son buenos o malos. Nunca hubieran podido aceptar Locke o Montesquieu, por ejemplo, el “despotismo ilustrado”.


El “depósito liberal”

¿Cuál es el legado de Locke? Estas son las ideas de Locke que pasarán a formar parte del depósito de ideas liberales:

1- Ser libre es estar sujeto a la ley y no a otro individuo. Siempre estamos sujetos, lo crucial es “a qué” estamos sujetos. Si no estamos sujetos a la ley, somos esclavos del déspota o de nuestras pasiones.

2- La ley rige sobre gobernantes y gobernados por igual. Lo que manda en un Estado es el derecho. La ley positiva es un mandato abstracto surgido del Parlamento cuyo deber es interpretar la ley natural. La ley natural consiste en no dañar al otro, pero no existe ninguna ley natural compulsiva que obligue a hacer el bien, a beneficiar al otro. Sí hay, por cierto, una ley “moral” en tal sentido. La obligación de beneficiar viene por el canal religioso-moral, no por el estatal. El Estado es un mínimo de moral: esta idea es fundamental para el liberalismo.

3- Todo esto es para que podamos ser más y no menos morales. No lo dice expresamente Locke, pero es una presunción de toda su obra: la presunción de que hay un clima religioso, ético, en la comunidad. Los primeros colonos norteamericanos emigraban para poder ejercer su religión en forma libre. Iban para poder negarse a los placeres libremente, sin que nadie los obligara. Querían libertad para ser “mejores”. En el liberalismo originario hay una poderosa dimensión de religiosidad. Yo le doy al individuo la libertad política porque sé que, por su formación y educación, va a ejercitarla para el bien. Los primeros pensadores liberales escribieron cuando el clima moral dominante era el puritanismo y no, como hoy, el hedonismo.

4- El derecho está por encima del bien. El bien general no se puede definir. No se determina exactamente. El “bien común” es un concepto potencialmente totalitario. El “bien general” es el de una persona jurídica, abstracta, frente a la cual se sacrifican los derechos individuales. Así ocurre cuando se dice “hay libertad, pero esto o aquello, que es muy importante, ha de hacerlo es Estado”. El concepto debería ser inverso: lo que es importante deberían hacerlo los individuos. El bien común es aquello que el poderoso dice que es el bien común. El derecho, el “right”, en cambio, es preciso. Escribe Hayek: “Que haya leyes supone que alguna vez su aplicación hará daño”. Si la ley se aplicara sólo cuando no hiciera daño, no habría ley. Si la aplicación de una ley acarrea un daño, se la aplica igualmente. Si no, sería necesario que alguien dijera cuándo se puede aplicar la ley y cuándo no, con lo cual ella dejaría de regir.

Para el liberalismo no hay entidades colectivas “reales”. Son ficciones. Por eso no hay “good”, hay “goods”. Hay bienes individuales. ¿Y quién juzga fuera de mí lo que es bueno para mí? ¿Porqué otro va a decidir por mí cual sea mi bien? Los bienes que hay son los que cada uno busca. Uno quiere ser santo, otro abogado, otro deportista, etcétera. Y éstos serán sus bienes. Para el liberalismo, la sociedad política es una sociedad en cuanto “asociación”. La “comunidad” es un grupo de sangre en el cual estoy irremediablemente inscripto, aunque no lo quiera. Así es la familia. Si uno entiende la Argentina de esta manera, yo soy irremediablemente argentino, por ejemplo.

La comunidad está antes que yo. La sociedad, en cambio, es un grupo colectivo formado por consenso y que según las reglas que hemos admitido puede deshacerse algún día. Así, si un día la Argentina me cansa yo tomo un avión y me voy a vivir a otro lado. Eso pertenece a mi libertad. “lo que hay” en última instancia no son comunidades sino individuos que establecen entre ellos lazos consensuales a los cuales personificamos indebidamente al hablar de la comunidad. Ella es una “red de lazos”, no un ente aparte.

5- No hay poder legítimo sin consenso. El poder que tú tienes sobre mí existe si yo te lo dí.

6- “Beneficiarse”, si es legal, generalmente implica “beneficiar”. Buscar el beneficio propio no es una idea moral, pero es una realidad conducente. Las personas, para vivir, hacen cosas que las benefician (por ejemplo, toman y cultivan cien acres de tierra), pero el beneficio para sí resulta en un beneficio para los demás. A Smith nada le repugna más que el rico egoísta; lo detesta, pero reconoce que dejarlo hacer da resultados. Al hablar de la “mano invisible”, Smith lamenta que los hombres busquen más de lo que necesitan, pero es esa búsqueda la que genera trabajo para los demás. Dios, en su infinita sabiduría, hace servir las mezquindades de algunos hombres al bien de los demás. El liberal no goza con la ley de la “mano invisible”. La deplora, pero después de describirla científicamente, decide aprovecharla a la espera del progreso moral.

(Extractos de “Los pensadores de la libertad” de Mariano Grondona – Editorial Sudamericana SA – Buenos Aires 1986)